México, 11 de marzo.- Lo conocí como a todos, finales de Echeverría, la época de López Portillo. Sobre todo, los tiempos del general Godínez a cargo del Estado Mayor Presidencial. Eran los jefes: Morales, Domiro, Miranda, Robledo…
Domiro terminó su historia militar en la sombra, fue director del Archivo, posición de castigo, fue jefe de una zona militar medio olvidada de Dios, fue dado de baja del EMP que soñó con dirigir, y a la edad reglamentaria de 65 años pasó a retiro.
Y todos lo recuerdan porque le mataron a Colosio.
Y nadie habla del general Roberto Miranda, único beneficiado con su asesinato, sospechoso mayor si tuviésemos la lógica del escritor de novelas policíacas.
Compañeros, no amigos, el destino de Miranda y Domiro se enlazó para siempre con el nombre de Luis Donaldo.
Uno padece su muerte. Otro se benefició de ella.
Porque existe el destino.
Domiro García era, fue con mucho, el mayor experto en seguridad del país. Tanto así que se le reconoció internacionalmente por las giras del Papa Juan Pablo II a nuestro país, especialmente la primera que conmocionaba las estructuras de seguridad conocidas por las multitudes.
Recuerdo con precisión matemática haber pensado frente a la pantalla de televisión en el acto de llegada, como candidato presidencial el domingo 28 de noviembre de 1993, de Luis Donaldo en el PRI que se lo iban a matar. Estaba desfasado, sin control, asustado.
Y todo por Miranda.
Otra hubiese sido la historia si el general Roberto Miranda Sánchez, conocido como “El Pirrín”, no hubiese tenido tan mal carácter.
Y es que Miranda, el jefe Miranda, podía pelearse hasta con su propia sombra. Lo hizo con todos, casi todos porque solía tocar la puerta de mi cuarto, los periodistas durante la campaña de Miguel de la Madrid hasta provocar una gran queja. Era cualquier sinónimo de arbitrario elevado al cubo.
Luego fue peor. Tuvo más poder. Tuvo menos tolerancia. Todavía menos tiento para confrontarse.
Una de sus víctimas fue un joven político norteño que salía a correr con el candidato Carlos Salinas de Gortari durante la campaña presidencial. Miranda, como siempre, no se midió en su agresión.
Desde ahí la imposibilidad. La animadversión irremontable.
Cuando nombraron candidato presidencial a Luis Donaldo, de acuerdo a los usos y costumbres de ese tiempo, le correspondía a Miranda ser el responsable de su seguridad, lo que casi de forma mecánica lo convertía en el próximo titular del Estado Mayor Presidencial, sucesor del general Arturo Cardona que a su vez había sido primero jefe de seguridad del candidato Carlos Salinas de Gortari, segundo del general Bermúdez.
Ser jefe de Estado Mayor Presidencial era una posición que hasta hace pocos años tenía un poder equivalente al del Secretario de la Defensa y mucho, en verdad mucho dinero.
Solo que Colosio dijo que no. Que de ninguna manera, que no y no y no. Lo que no solía pasar, lo que nunca sucedió, es más.
Y por eso sacaron del cajón del escritorio, de atrás de la fila a Domiro. Obviamente le advirtieron que Colosio era muy delicado para cuestiones de seguridad. Yo agregaría que se caracterizaba por un carácter muy violento, rudo en el trato a sus subalternos.
De ahí el miedo de Domiro. Que marcó su desempeño. Que solamente podía medir de muy cerca el propio Miranda.
Miedo que lo obligó, en una torpeza extrema a romper todas las reglas de seguridad que él dominaba. Es decir, a actuar contra la más elemental lógica.
Todo para no merecer una reprimenda, para que Colosio no lo regresara, no lo bajase del tren del poder como a Miranda.
Dejemos hablar a Domiro: “No soy ningún improvisado, he trabajado muy duro, me he dedicado a ello con lealtad, con esperanza, con sacrificio y con mucho corazón. Jamás he fallado a mis jefes en el aspecto de la lealtad… llevo una vida honesta, tengo esposa y tres hijos… nunca he estado mezclado en nada ilegal…Yo conocí a Luis Donaldo en el año de 1987 cuando ambos trabajábamos para la campaña del licenciado Carlos Salinas de Gortari… desde esa primera ocasión se estableció una corriente de simpatía entre ambos” (En el libro de Joaquín López Dóriga y Jorge Fernández Menéndez titulado “Domiro”, Editorial Rayuela, 1996)
No lo era, jamás fue improvisado ni se le podrá acusar de haber colaborado con el asesino o quiénes pudieron estar detrás de éste. Y la relación, aparentemente amistosa, con Colosio quedo establecida a través del mayor Castillo, jefe de ayudantes del entonces presidente del PRI, siendo secretario particular del jefe del EMP.
El destino.
Antes, para que se abriese el futuro del general Miranda, en un accidente de helicóptero en Oaxaca, en marzo de 1992 muere el general Pedro Bautista, entonces subjefe del EMP que hubiese sido el sucesor de Cardona. Quien, a su vez, nombra a Domiro en esa posición.
Aunque el general es muy discreto en las broncas que tuvo con el candidato asesinado deja ver el disgusto de éste por las medidas de seguridad: “Nos fuimos sobre el tipo de trabajo que sabíamos hacer o que siempre hacíamos… eso no le gustó para nada… no quería que el carro escolta estuviera cerca de él”
Sigue contando, dándome la razón sobre el evento en el PRI: “Aquello era un caos, había gente por todas partes y era mucho muy difícil mantener el control… le sugerí la conveniencia de poner vallas metálicas… Me dijo que no, que a él no le gustaban ese tipo de cosas”.
Si le hubiesen gustado estaría vivo. En los hechos Domiro lo obedeció, el general Miranda no lo hubiese hecho. O su respuesta no hubiese sido tan “amable”.
Sobre su carácter, mi general recuerda en otra parte del mismo libro, testimonio valioso a la distancia, como Colosio solía regañarlo porque era el más a mano: “Como yo siempre estaba cerca de él, conmigo recaló y pues, bueno, a aguantar”.
Quiero creer que la situación se había vuelto insostenible para el día del crimen donde Domiro se dio cuenta desde que llegaron al lugar del evento, Lomas Taurinas, que había errores de logística imperdonables: “…por eso cuando llegué le dije Oye Del Pozo pareces de primer año, ¡Cómo permites qué pongan el templete se ponga aquí¡… A lo que contestó que no pudo, que los de Logística no lo quisieron cambiar…Era un cañón sin salidas y con una única entrada que era la misma salida…”
Dos años después del asesinato respondió a preguntas de Joaquín López Dóriga en una entrevista de radio afirmando: “El equipo de seguridad fue desbordado…él tenía una estrategia de campaña que no nos permitía trabajar…nunca pudimos establecer un buen dispositivo de seguridad”
Joaquín que vivió muy de cerca varias campañas presidenciales, que ha conocido la actuación del EMP, que sabía de la capacidad del general Domiro García Reyes le preguntó, con toda intención qué había sido lo diferente, a lo que el general respondió: “Lo diferente es la disponibilidad de la persona que va a recibir la seguridad, pero que piensa que la seguridad no le va a permitir cumplir con sus propósitos” Y recordó como con el Papa, durante todas sus visitas, “pudimos trabajar bien”. Colosio, insistió, “no quería la seguridad cerca de él”.
Por cierto, fue un oficial del EMP, el mayor Cantú, entonces comandante de la escolta de Luis Donaldo Colosio a quien se ve en las imágenes con una pistola en la mano, una escuadra, llevando a Aburto. Sin ser directamente el jefe de su escolta que era el mayor Castillo quien venía caminando a su lado cuando lo asesinaron.
Y, la historia, siempre la historia, es un oficial del EMP quien iba a cargo de la escolta que en los hechos entregó, despojó de cualquier protección al candidato priista al gobierno de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, asesinado en Ciudad Victoria a finales del 2010, quien presuntamente está prófugo.
En esa entrevista, por radio, el 26 de febrero de 1996 asegura algo terrible con relación a su defensa pública, a su conciencia tranquila, a las broncas mediáticas que enfrentó, semejante a lo que pasaba por la mente del general Rebollo cuando lo entrevisté en Almoloya: “Cada uno de los integrantes del Ejército están conmigo…más no así la institución, la Sedena”.
Tal vez debió haber dicho el general Roberto Miranda que a esas alturas de la historia era uno de los hombres más poderosos del país, responsable de la seguridad de un Presidente de la República suficientemente sumiso para acatar sus órdenes. O cómo se prefiera llamar a sus medidas de seguridad.
¿Miranda sabía en dónde fallaba la seguridad del candidato Luis Donaldo? No era el único, cualquiera que como él haya estado cerca de una campaña presidencial, que se haya desempeñado en ese ámbito en el Estado Mayor Presidencial podía fácilmente percatarse de los graves errores del general García Reyes, así fuesen por voluntad del mismo Luis Donaldo.
Además los equipos eran los mismos, los que llevaban años en el EMP y que podrían haberlo informado en detalle cada día. O sea que tenía el motivo, el conocimiento, la oportunidad, las personas cerca, todos los elementos que los novelistas policiacos utilizan para dar forma a las historias donde el primer sospechoso en un asesinato es quien resulta más beneficiado por esa muerte. Y en el caso del crimen de Luis Donaldo solamente un mexicano resultó favorecido, además en extremo: el general Roberto Miranda.
Cosas del destino. Roberto Miranda y Domiro García nombres que pudieron cambiar la historia del país y no aparecen en los análisis serios.
¿Hay crimen perfecto? En este caso solamente hubo un final feliz para el general Miranda…
Que por cierto aquel 24 de marzo de 1993 apareció en Gayosso, Félix Cuevas, frente al cuerpo del candidato ya con la investidura del poder.
Isabel Arvide
@isabelarvide
EstadoMayor.mx
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