México, 21 de abril (Redacción).- El caso del asesinato del general Mario Arturo Acosta Chaparro se suma a la larga lista de jefes militares asesinados este sexenio sin que utilizaran su arma de encargo, o siquiera la mínima precaución respecto a sus atacantes. Todas las víctimas, incluido quien fuese una leyenda en su combate a la guerrilla mexicana, han estado “dados”.
De forma asombrosa, lo sabemos quienes convivimos con militares en el ámbito de seguridad pública, los militares son los hombres menos entrenados para salvaguardar su propia integridad.
Especialmente los de las generaciones pasadas, los generales que se formaron en una cultura de especial respeto social al Ejército, donde la sola presencia militar era un disuasivo extremadamente fuerte. En pocas palabras, están hechos a que el uniforme, la condición de jefes militares, sus insignias, los “protejan” en automático de todo mal.
Esa convicción, interna, profunda, ha sido el gran “Talón de Aquiles” de la larga lista de muertos a manos de sicarios baratos y menos preparados en el tema de las armas que los militares. Han perdido con quienes, en verdad, no debían. Por soberbia en un grado importante.
Por no voltear a mirar hacia atrás, a los lados, por no sospechar de su propia sombra, por confiar en ayudantes o en novias. Es el caso del general Jorge Juárez Loera.
Y hoy también de Acosta Chaparro.
Quien se la tenía jurada, no necesariamente un jefe criminal importante, se la cumplió.
Acosta Chaparro no quiso que se investigase a fondo quién había cometido el atentado en su contra en mayo del 2010. Tal vez porque sabía quién o quiénes habían sido. El mensaje que envió, justamente contrario a lo que debe hacerse en estos temas, fue de impunidad.
Les dijo a sus atacantes, y obviamente a quienes lograron asesinarlo sin mayor esfuerzo, que habría impunidad. Este es el mensaje que jamás debe transmitir la autoridad. Y que la administración futura de la Sedena deberá modificar profundamente. Los criminales, los sicarios, los asesinos a sueldo deben saber que atentar contra un jefe militar conlleva necesariamente un castigo, que no habrá impunidad, que será perseguido y encarcelado por sus pares. Que la afrenta es contra la institución y no contra una persona.
En el caso de Acosta Chaparro no hubo tal.
Insisto que fue determinante la voluntad del general para que la investigación sobre el atentado que había sufrido al salir de casa de su “novia” no continuase. Y también el tema polémico alrededor de su desempeño tanto dentro del Ejército como en actividades de investigación y policiacas, lo que devinieron en un encarcelamiento injusto y en una posterior reivindicación por parte del actual titular de la Sedena, general Guillermo Galván Galván en el momento de pasar a situación de retiro.
Para grandes sectores sociales Acosta Chaparro era un hombre a quien la sociedad, el Estado Mexicano, le debía mucho. Para otros un gran villano. Su papel en la mal llamada “guerra sucia” nunca fue aclarado del todo, no obstante haber sido encarcelado. Aunque siempre actuó bajo órdenes superiores.
Lo mataron con una pistola nueve milímetros, arma de policía o sicario, arma corta, arma que utilizaron casi a quemarropa para dispararle a la cabeza profesionalmente. No lo vio venir porque no quiso, porque el tipo iba caminando, porque obviamente al general Acosta Chaparro lo “pusieron”.
Lo mataron, hay que hacer hincapié en esto, por no “andar a las vivas”, por andar solo, sin escolta, sin chofer, como sucedió con muchos otros jefes militares victimados.
Y lo más triste es que este final, que parece de novela, pudo haberse evitado.
Acosta Chaparro acompañó al general Quiros Hermosillo en el calvario de padecer cárcel y escarnio por parte del general Cervantes Aguirre. A diferencia de Quiros, que murió de cáncer, alcanzó a portar el uniforme militar con sus insignias de general para recibir, en abril del 2008 un reconocimiento junto con sus compañeros de generación por parte del general Galván Galván quien los llamó, a todos, abnegados patriotas…
Su leyenda continuó, y para muchos actuó como asesor externo en varias investigaciones criminales. Se le mencionó como uno de los posibles “consultores” a quienes habían acudido los familiares de Diego Fernández de Cevallos al ser secuestrado.
El destino existe sí, definitivo, pero también hay que ayudarlo…

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