La enfermedad del General Trevilla ¿juego sucio?

No se hagan bolas, son tres: Trevilla, Sandoval Y Vallejo.

México, 22 de agosto.- Todas las mañanas, como ha hecho toda su vida, se levanta al filo exacto del alba. Con el café hirviendo comienza a revisar informes, a tomar camino a su oficina, a enojarse. Sobre todo, a enojarse en silencio, controlado. Por lo menos al inicio del día. De una jornada agotadora que no termina hasta entrada la noche. El general Ricardo Trevilla hace lo mismo, con idéntica intensidad, que ha venido haciendo todo el sexenio. En ningún momento, día o noche, ha disminuido sus actividades, ha dejado de asistir a las reuniones de seguridad cada mañana, frente al Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, inconcebible que no hubiese respondido las preguntas, las órdenes, hasta las inquietudes de su amigo el General Secretario. Eso sí, hay que conceder, puede que en tarde tome una siesta, pequeña, desbalagado sobre la silla del escritorio.

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¿Está enfermo el general Trevilla? ¿Está tocado? ¿Está limitado?

Tuvo dos infartos, o dos eventos cardíacos como me han corregido al infinito. No obstante, no ha pedido, estará ampliamente justificado, un retiro anticipado, o un viaje al extranjero como agregado militar, alguna salida que se antojaría más lógica para un hombre enfermo, gravemente enfermo.

Además, quiero creer, si estuviese en gran riesgo su vida, cada día, el General Secretario no le permitiría seguir en su más que importante posición, por el bien común.

Se vale recordar el infarto del Presidente López Obrador, sus problemas de salud, que no han impedido que cada mañana demuestre una fortaleza correspondiente a un hombre sano y más joven.

Como muchos otros militares, sea válida la expresión, Trevilla se va a morir en la raya, con el uniforme puesto.

Por lo que no deben eliminarlo de una sucesión militar en la que ha llevado delantera desde el primer día de este sexenio, desde aquellas mañanas en que había algún espacio para salir a montar.

O sea, con el agregado de su historial médico, conocido y divulgado interesadamente por muchos, Trevilla Trejo sigue siendo mano, número uno en la sucesión castrense. Cumple perfectamente con todos los requisitos, que van desde la antigüedad, la educación, el extranjero, la operatividad. A lo que debe sumarse haber convivido con el monstruo del poder militar en sus entrañas, sin un señalamiento en contra.

El número dos de este singular proceso sexenal, es su jefe. El general Luis Cresencio Sandoval. ¿Por qué? O, mejor dicho, por qué no cuando vemos tantos repetidores en el Gabinete de la Presidenta Sheinbaum. Tiene su lógica. Ha sido una pieza fundamental para todo lo bueno que pudo hacer López Obrador, garantiza la continuidad automática de los grandes proyectos presidenciales. Sabe de que lado mascan todas las iguanas políticas, no ha caído en ninguna trampa ni cedido ante los miles de tentaciones que se le presentan cada día. Otro jefe militar, como Trevilla, que no tiene señalamiento en contra hacía dentro. Y vaya que eso es difícil.

Mi general Sandoval podría encaminar los primeros meses, uno o dos años de administración futura. Porque también se merece descansar, no se ha tomado un día de vacaciones, no ha hecho otra cosa que trabajar en el cumplimiento de las órdenes superiores que no deben discutirse. Y eso es muy complicado, muy desgastante.

¿Por qué colocarlo en el número dos? Porque ya bailó en la fiesta, y no existen antecedentes de que un General Secretario haya repetido.

El número tres es el general Gustavo Vallejo, el único divisionario de este fin de sexenio que seguirá en el activo todo el gobierno próximo, el único Ingeniero Militar ascendido a tres estrellas sin haber pasado por el H. Colegio Militar, el hombre de los milagros de polvo y cemento que ha conseguido terminar en tiempo obras faraónicas pero austeras, vías y trenes que parecían propios de una fantasía trasnochada. En la discreción, sin luces, sin atravesarse a ninguno. Otro jefe militar que en la inmensa, caótica, desbordada realidad que le ha tocado encabezar, no tiene quejas reales en su contra, ni coche o departamento nuevo, ninguna debilidad. Otro que se levanta a las cuatro de la mañana, que duerme en su oficina, que no tiene polvo aborrecido. A quien se puede acusar de haber abaratado costos contra los intereses de muchos empresarios, de haberse llenado los pulmones de esa tierra que respiró todos los días en la construcción del aeropuerto Felipe Ángeles. A su favor, aquí sí se vale, hablan sus obras.

Los tres, esto es muy importante, codifican con excelencia el lenguaje del poder civil, el encriptado hacer de los políticos.

Son tres jefes militares que aceptarían el mando supremo en manos de una mujer.

Son tres jefes militares valientes, educados, modernos. Y, también, muy operativos.

Y, no es menor el tema, que podrían establecer una relación de respeto, incluso de colaboración con el joven hijo de Javier García Paniagua que amanecerá el próximo primero de octubre encumbrado y muy agobiado.

La señora Presidenta no puede pedir más que lo que le ofrecen estos tres jefes militares, que, además, y por encima de todo, tienen la virtud de ser leales hasta topar con pared, de asumir la disciplina y la obediencia como una segunda piel.

Los demás, los otros que pueden tener méritos, que pueden ser “planes alternos” o “caballos negros” no están dentro de la jugada con la fuerza de estos tres. Y tendría que pasar mucho para que uno de ellos no fuese el hombre de las cuatro estrellas el próximo gobierno.

Al menos, me atrevo, son los que deberían ser. Al tiempo…

Isabel Arvide / @isabelarvide / EstadoMayor.mx

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