El Fiscal, Mariano Herrán Salvatti

*Fragmento del libro “Entre políticos y Rufianes”

Un restaurante en Acapulco. Dos hombres solos. Una mesa apartada. Juan Sabines quiere hacerle una propuesta a Mariano Herrán Salvatti.

Ha sido nombrado Cónsul en Miami. Un hombre que se atiborraba tanto de alcohol y cocaína por la noche que no podía despertar, que llegaba tarde hasta a una visita presidencial, es ya representante del gobierno de Enrique Peña Nieto.

Su amigo, muy amigo, muy compañero de todo, el general Salvador Cienfuegos, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, lo ha llevado de la mano con carta de recomendación. Fast-track sin aprobación en el Senado.

Juan quiere que, otra vez, Mariano trabaje para él. En ese consulado, a cargo de las “defensas” para los mexicanos condenados a muerte en esa zona. Herrán, con delicadeza, se niega mientras pide otro whisky, bebedor moderado en comparación con su anfitrión.

Han pasado catorce procesos penales que Juan abrió en contra de Mariano. Que lo tuvieron 4 años en la cárcel, incluyendo su estancia en Nayarit, en la prisión federal de alta seguridad, al lado de narcotraficantes que él había detenido.

Extraña reunión.

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Mariano baja las escaleras del Sanborns de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Una reportera lo reconoce, se le atraviesa con la grabadora sobre sus lentes que se empañan. El tic que lo acompaña se vuelve más agudo. Quiere una declaración del “fiscal de hierro” que ha sido excarcelado días antes.

Herrán Salvatti sigue su camino, nervioso, tiene prisa, apenas alcanza a decirle “ya habrá tiempo de hablar de todo, ya vendrá”.

No ha llegado ese tiempo.

Mariano no ha hablado.

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¿Se puede tragar tanta mierda?

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Uno de los catorce cargos penales que le imputaron a Mariano Herrán en Chiapas fue asesinato. Los otros iban del muy manoseado “ejercicio indebido del servicio público” a delincuencia organizada. También peculado, abuso de autoridad, asociación delictuosa.

De todos fue exonerado.

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Me lo presentó José Antonio González Fernández, cuando era mi amigo. Mariano fue subprocurador en el Distrito Federal con él a finales de los ochentas.

Un buen abogado, recuerdo que me dijo su entonces jefe. Aunque en realidad nuestra relación comenzó cuando estaba en la PGR, en la dependencia responsable de investigar los delitos relacionados con el trasiego de drogas, lo que después conocimos como SIEDO.

Ahí llegó porque era, es, un muy buen abogado. También porque contó, nunca dejo de contar, con el visto bueno de Estados Unidos. Le toco tomar esa oficina después del escándalo de su antecesor, vaya que hay mal fario en ese puesto, dos encarcelados, uno muerto e ignorado en los homenajes oficiales, el general Jesús Gutiérrez Rebollo.

La mañana que llegué a declarar, contra la voluntad oficial, como testigo de Mario Villanueva a su oficina, comenzamos a ser amigos.

Amigos de verdad.

Es decir, de los que conoces en las malas y en las peores.

Nos unió, además, José Santiago Vasconcelos que a su salida de la PGR no tenía ni para comprarse una cama en su improvisada vivienda. Con Mariano hacían algún tipo de “asesoría”, en la búsqueda de su más elemental supervivencia. Más por José Luis.

Así, juntos, apoyaron la creación de la Fiscalía en Coahuila, con el gobierno de Humberto Moreira.

Junto a él lloré la interminable noche del velorio de José Luis. Juntos contamos, pesarosos, las ausencias.

Mariano es un hombre agradable con quien es muy fácil conversar. Nos ha tocado hacerlo, recientemente, en otros entierros.

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Una foto. Son los quince años de la hija de Mariano. Estoy sentado junto a Jorge Tello Peón. Gran fiesta. Antes de la cárcel.

Otra foto. Es la boda de la hija de Mariano. Estoy sentada junto a desconocidos. Gran fiesta. Después de la cárcel.

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Isabel Arvide

@isabelarvide

Estadomayor.mx

 

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