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Introducción al libro Mis Generales


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Generales que suelen obedecer en la guerra y en la paz.  Generales que se suicidan en la puerta de una funeraria. Generales que nunca se divorcian de la mujer ajena.  Generales que pululan por los pasillos del poder como fantasmas.  Generales plenos de medallas que  ganaron  detrás de un escritorio.

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Generales que traicionan a su compadre y lo encarcelan.  Generales que son encarcelados injustamente.  Generales que dirigen bancos con excelencia. Generales que son gobernadores.

Portada del libro “Mis Generales” de Isabel Arvide

Generales que son leyenda.  Generales venerados por sus subordinados. Generales arquetipo de generosidad humana. Generales que son padres ejemplares. Generales asesinados por narcotraficantes.

Generalato nacional donde están apenas los que lograron esquivar las traiciones a golpe de odio y negación.  Diciendo que sí.  Callando.  Y volviendo a callar.  También trabajando, duramente, por muchas horas, todos los días.

Misterio para millones, conozco a mayor número de generales que cualquier mexicano.  Los he visto llorar. Los conozco desnudos de todo.  Los he padecido en sus peores horas.  Los he levantado de mis amaneceres y los he corrido de mis noches.

Han sido mis aterradores padres dominantes, mis hijos más vulnerables, mis dioses inalcanzables y a ratos, solamente a ratos, mis amigos entrañables.

Vengo de ellos como quien se baja de un caballo, como quien los ha parido y a alguno le sigo hablando de usted.

Son, no puedo negarlo, seres excepcionales que se rigen por otras reglas, que caminan por veredas prohibidas haciendo lo correcto.  Y viceversa.

Muchos de ellos, de todos los que he conocido, son ya hombres muy mayores. Algunos han muerto. Otros siguen con decenas de ayudantes a su servicio recordando los días en que el mundo se detenía en su presencia.  Los hay que se enriquecieron en el mando superior y los que salieron del poder con los bolsillos vacíos.  Unos instalados en su soberbia, otros ejemplo de humildad.

Generales hay, los menos, quienes abandonaron la vida castrense sin arrepentimiento.  Otros siguen ahí como entraron, por vocación con “B” grande, de “boca”, que tiene que ver con el hambre. Asimismo entran a esta contabilidad los que nacieron para ser jefes militares, punto.

Los he amado.  Los he seguido al fin del universo.  Los he sacudido de mi piel sin éxito.  Los he soñado en la peor pesadilla. Los he escuchado, sobre todo, los he escuchado contarme la misma historia de mil formas.

Hemos vivido en la coincidencia.  Y en la discusión.  En la mesa.  En el desvarío extremo de la noche.  En la muerte. He estado detrás de ellos, en la distancia que corresponde a las mujeres sin invitación.  Ni gafete ni salvoconducto ni nada más allá que mi perseverancia necia a su lado, siempre.

A su lado, diría que sobre todo he estado a su lado. Para lo que se ha ofrecido, para pagar los precios que corresponda.

He sido amiga pública, he sido enemiga todavía más pública, de muchos generales.  También de los últimos cinco Secretarios de la Defensa Nacional. Me han consentido al extremo, me han recibido de pie sin darme la mano, me han amenazado, me han investigado, me han intervenido los teléfonos, me han llevado en su avión oficial, me han invitado a comer con sus esposas, me han abierto champaña por la mañana, me han abrazado lo necesario.  Antes, durante y después de su mandato.

Estas, mis historias, son conocidas ampliamente por los militares, simplemente las he transcrito así sea en forma fragmentaria.

Todos saben en este país que los he defendido en la guerra como en la paz, en lo más alto de las montañas rodeados de enemigos armados y en la soledad del cuartel cuando todos se han ido.  También, es mi signo vital, de cara a los civiles… Los he defendido junto a cadáveres chamuscados. Los he defendido, siempre.

Los generales mexicanos son, definitivo, seres humanos de facetas tan predecibles que se convierten en el misterio mayor para aquellos que no pueden tener acceso a su cercanía.  Son ingenuos hasta en su perversidad mayor.  Son el prototipo del macho mexicano y, también, del hombre vulnerable que sigue añorando el vientre materno.

Ni siquiera a quienes conocí en el inicio de su carrera militar, todavía recibiendo órdenes de otros generales, puedo recordar obedientes.  Y, paradoja mayor, eso es lo que son.  Los seres de mayor disciplina, sumisión a imaginar.

Son ejemplo de templanza y  también de subordinación hasta en la cárcel.

Su valentía, tan singular, los hace vulnerables a todo lo que viene envuelto en palabras, en papeles, con apellido de negociación, en sofisticación política. Y si me apuran son endebles en los eventos sociales más inocentes.  No se diga frente a un micrófono. Sus ambiciones, como su honestidad, siempre están enfocadas hacía dentro de una institución que sigue siendo su universo hasta la última de sus horas.

Un día, hace pocos meses, decidí que no podía silenciar mis vivencias con ellos.  A partir de que “mis generales” han estado en la cúspide del poder, de las guerras, de la realidad patria por varias décadas sentí que era mi obligación hablar en voz alta de quienes son estos jefes militares.

No supe hasta escuchar mi voz frente a la pantalla de la computadora que, también, estaba adelantando mucho de mi biografía.  Más de treinta y cinco años no he estado sino en el cosmos de estos hombres, en una casa que he sabido mía, bajo un techo común.  He sido su mujer, su amiga, su enemiga, su confidente, su terror, su aliada, su espejo, su resonancia, su voz.  Suya de ellos, como dicen los manuales, como debe ser.  Por eso el título “Mis generales” que en lenguaje castrense significa, con todas sus letras, que estoy permanentemente a sus órdenes. A ratos muy a mi desazón.

Su cercanía, definitivo, ha sido un privilegio.  Ha sido, como decimos en el argot castrense, un fierro que llevo tatuado en mi piel.  Es obvio que me entiendo, aun ahora, poco con otros hombres.  Y que he terminado maldiciendo como ellos. Sin el abrigo del uniforme, las condecoraciones, el estatus del grado. No me enorgullece ni me abochorna, no me ha enriquecido ni empobrecido, no ha sido sino una constante de vida que partió del mayor deslumbramiento a la decepción más encanijada, pasando por todo lo pertinente.  Incluida la pasión.

Soy de ellos, como ellos muy a su pesar son de mí.  Esa es la ecuación.

Lo que iba a ser una exposición de motivos, una crónica de amor y desamor uniformada, tiene también obligación de ser un ejercicio honesto, ético de revisión sobre el poder militar.

Ya hace años intenté hablar sobre la “corrupción de las águilas”, en consecuencia inmediata pretendieron secuestrar a mi hijo bajo la protección de ese mismo poder omnímodo.   Entonces el libro que iba a publicarse tuvo que retirarse de la Editorial.  Hoy mucho cambió.  Creo, firmemente, que el país es otro.  Como otro es el comandante supremo de las fuerzas armadas, Felipe Calderón Hinojosa, y otro muy diferente a sus  inmediatos antecesores es el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional.

De cualquier modo consulté con el general Guillermo Galván antes de sentarme a escribir mis vivencias y no tuve ninguna advertencia, amenaza o siquiera insinuación. Y como en el lenguaje militar si no hay contraorden hay autorización, seguí adelante. Se supo que este libro se iba a publicar y recibí mensajes encontrados, en unos el general Galván pedía que no se publicase, en otros había total aprobación.

Lo que no significa que vaya a recibir flores de gratitud por parte de mis protagonistas, estoy cierta. La piel militar sigue siendo sensible a la palabra verdad, al testimonio que descubre lo que tienen de humano.  De bandidos, de maravillosos, de miserables, de cobardes, de leales, de excepcionales.

Es uno de los riesgos.  El otro, asumido, es el olor trasnochado de mis propias lastimaduras en el devenir de tantos años a su vera, en sus brazos.  Dicen que el rencor habla más fuerte que cualquier inteligencia en la naturaleza femenina.  Puede ser cierto. Y, definitivo, puede estar presente en estas páginas. De cualquier forma todo es tiempo pasado.  Todo lo que aquí está escrito ya prescribió. Lo vivido no es sino eso, lo que ya fue, lo que no nos pertenece.

Si la vida privada, las relaciones amorosas, eróticas, amistosas se imbrican con los sucesos públicos, es porque así sucedió. Y no era ético negar una parte para poder contar la otra. Insisto, no perseguía la exhibición de mi intimidad, fue algo que se dio connatural.

No será la primera vez que intenten lapidarme.

Lo importante es que nada de lo aquí escrito es mentira.  Los asesinatos que no me constan, los negocios, las constructoras, los millones de dólares producto del crimen organizado, las complicidades militares, los arraigos ilegales, todo aquello que no presencié literalmente me fue contado por sus protagonistas en su tiempo tal como reproduzco.  Y todo lo otro, yo estaba ahí, me tocó vivirlo…

Además, los usos y costumbres castrenses han cambiado enormidades con la llegada del general Galván Galván este sexenio.  Se ha dado la mayor apertura del Ejército, se han abierto las puertas del área de comunicación social como nunca se hubiese imaginado, se ha permitido e incluso incentivado la presentación de la realidad militar sin tapujos.  Incluyendo aceptar excesos y errores en la operación armada.

Por un lado las mujeres fueron admitidas como cadetes, en situación de igualdad en el H. Colegio Militar, rompimiento histórico con la tradición machista en verdad.  Por otro lado, en subsecuente decisión,  fue “castigado” con el ostracismo de una Guarnición Militar el general y director del H. Colegio Militar que permitió no solamente que algunas de ellas se embarazaran sino que abortaran. Sino de los tiempos de equidad. Y, por último, un factor determinante, hecatombe que tiene trastocados usos y costumbres al interior de la convivencia castrense: El divorcio, para casarse de inmediato, del propio titular de la Sedena en funciones.

Estas tres realidades de la relación militar con las mujeres, siendo yo mujer, junto con la apertura a los medios de comunicación, siendo yo la periodista decana de la Fuente Militar, son definitorias en el surgimiento de la nueva filosofía castrense vigente en el alto mando superior que, espero, sea también generoso para este libro…

 

Isabel Arvide

@isabelarvide

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