México, 24 de octubre (Excelsior).- No deja de ser un juego macabro el tener que exhumar los cuerpos de los padres de un conocido narcotraficante para tratar de comprobar que un cuerpo robado de una funeraria, después de un enfrentamiento con marinos, efectivamente eran los restos de ese mismo personaje.
Pero toda la historia que rodea la muerte de Heriberto Lazcano está marcada por venganzas, violencia, traiciones, ajustes de cuentas. Si se hace un recuento de lo sucedido en los últimos meses en torno al cártel de Los Zetas, veremos que esa ha sido la norma y que, también en ese mismo sentido, no tenemos una sucesión de hechos inconexos, sino de una lógica que comenzó con el desmantelamiento de parte de la red de protección política de ese grupo delincuencial, sobre todo a partir de las acusaciones contra el ex gobernador Tomás Yarrington y varios de sus colaboradores, y siguió con la caída de la red de lavado de dinero que manejaba en Estados Unidos el hermano de Miguel Ángel Treviño, el Z-40, de nombre Omar.
Desde ese momento, la paranoia entre el grupo fue la norma: alguien había traicionado y se generaron dos grandes bandos en ese proceso: por una parte, el jefe de plaza en Coahuila, apodado El Talibán, Iván Velázquez, se supone que asociado con Heriberto Lazcano; y por la otra, el propio Treviño. La guerra entre los grupos nació en San Luis Potosí y se fue extendiendo a Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Pero el epicentro era, y sigue siendo, Coahuila. Allí se dan una serie de hechos íntimamente relacionados entre sí después de los primeros ajustes de cuentas entre los grupos: primero, la fuga de 131 reclusos del penal de Piedras Negras, con una indudable participación de autoridades de seguridad en la protección de zetas ligados al grupo de Treviño; casi al mismo tiempo, la detención de El Talibán; después de la fuga, en un enfrentamiento muere un sobrino, cercanísimo a Treviño. Éste no lo asume como un enfrentamiento, sino como una ejecución. Se colocan mantas en Piedras Negras, Ciudad Acuña y otros lugares, anunciando una venganza, familia por familia. Dos días después es secuestrado y asesinado José Eduardo Moreira, el hijo del ex gobernador y ex presidente nacional del PRI, Humberto Moreira, políticamente enfrentado con su sucesor y hermano, Rubén Moreira, acusado de traición por la viuda de José Eduardo, que fue secuestrado y entregado a sus sicarios por mandos de la policía local, y asesinado por un sicario, El Shaggy, que había sido liberado apenas en agosto pasado por un juez local que no consideraba delito grave en su contra como para mantenerlo detenido.
Inmediatamente después de la muerte del joven Moreira, es aprehendido, en Nuevo Laredo, pero como responsable de las operaciones de Treviño en Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, otro personaje muy peculiar, La Ardilla, Salvador Alfonso Martínez Escobedo. Nadie supo de qué se reía este hombre al momento de su presentación, pero lo cierto es que unas horas después, por una denuncia ciudadana, un grupo de marinos se tiroteaba con dos (luego se dijo que eran tres) narcotraficantes fuertemente armados en el poblado de Progreso. Se llevaron los cuerpos a una funeraria de Sabinas, luego de hacerle pruebas periciales y esa misma noche, en la madrugada, un comando rescató los cuerpos. Horas después se sabía que uno de los muertos era Heriberto Lazcano. Un comunicado emitido días después hablaba de un tercer participante en el enfrentamiento, que escapó y que sería nada menos que Treviño pero, además, se agrega algo inexplicable respecto a todo lo que se sabía hasta unas horas antes: que Lazcano y Treviño siempre habían sido aliados y que en realidad no habían roto su sociedad. Según esa versión, habría sido Treviño el que se llevó de la funeraria el cuerpo de Lazcano.
Fuera de los dichos no hay datos que avalen todas esas conjeturas. En ese sentido, llamó la atención que no hubiera enfrentamientos mayores, ajustes de cuentas significativos, luego de la muerte de Lazcano.
Pero el hecho es que se pidió que los familiares del Lazca se presentaran para cotejar las pruebas de ADN con el cuerpo abatido en Progreso. Pero nadie apareció. Fue entonces cuando se decidió exhumar los cuerpos de sus padres para tomar esas pruebas, aun con la convicción de que, por el evidente deterioro de los mismos, quizás no se pudieran tener pruebas concluyentes. Eso ocurrió el lunes y fue, hasta ahora, el último capítulo de esta historia. Sólo queda una reflexión: en la lógica de familia por familia, en la lógica de un hombre (independientemente de su violencia y hasta salvajismo con sus adversarios) tan creyente como El Lazca, ¿usted cree que hubiera permitido la exhumación de los restos de sus padres si estuviera vivo?
Jorge Fernández Menéndez
Opinión
Excelsior

2 comments for “Nuevo capítulo: los padres del Lazca”