La nueva Sedena

México, 5 de diciembre (Impacto).- Quizás el Presidente Enrique Peña Nieto respiró, ayer, la tranquilidad que reina en el Ejército y la Fuerza Aérea después de semanas de incertidumbre.

Sólo el tiempo dirá si acertó en la más difícil de las decisiones de un Presidente; por ahora hay que decir que el nombramiento del general Salvador Cienfuegos Cepeda tranquilizó a los mandos de la Secretaría de la Defensa Nacional, en especial porque quien fue subsecretario, Demetrio Gaytán Ochoa, se quedó en el camino.

Por lo general, las palabras mayores son escuchadas por quien será el jefe de la Fuerza Armada más importante del país apenas unas horas antes de que su quepí luzca las cuatro estrellas que establecen la diferencia con el resto de los generales de División.

Así ocurrió con Guillermo Galván, y con muchos de sus antecesores; el secreto suele ser guardado con celo porque sus consecuencias, en caso de errar el Presidente, pueden ser de consecuencias mayúsculas para el país. No fue diferente con Cienfuegos Cepeda.

A diferencia de otras ocasiones, la lucha por la Sedena se dio en los medios de comunicación; casi a diario era posible leer todo tipo de señalamientos y descalificaciones. IMPACTO hizo una extensa cobertura del tema con información de primerísima mano. Muchos quedaron lastimados; fue por ello que uno de los primeros actos del nuevo secretario fue reunir a los divisionarios y llamarlos a la concordia.

Es injusto especular que Cienfuegos Cepeda fue elegido sólo por ser el divisionario de mayor antigüedad y por el supuesto de que cualquier otra elección habría ocasionado una fractura en el Ejército.

Vejez o juventud de nada son garantía, y las fracturas son cosa del pasado. En cuanto los generales tuvieron noticia de la identidad del nuevo secretario, se cuadraron. Por doctrina, disciplina y supervivencia.

Lo cierto es que Cienfuegos es secretario porque es a quien mejor conoce el Presidente; nada más y nada menos.

Cienfuegos tiene, ahora, la tarea de reencauzar a la Defensa. En los últimos años del sexenio anterior, el general Guillermo Galván dedicó su atención a cuestiones personales y entregó el poder a su mejor amigo, el subsecretario Gaytán Ochoa.

Es tradición, en la Sedena, que el subsecretario es una especie de esfera de árbol de Navidad, pues carece de todo poder; su puesto nada tiene que ver con sus iguales de otras dependencias. Sus funciones, incluso las de los comités que preside, son asumidas por el jefe de Estado Mayor.

Con Galván, después del paso a retiro de Tomás Angeles, el poder pasó a manos del subsecretario Gaytán Ochoa, con la peculiaridad de que el jefe de Estado Mayor, Oliver Cen, es hechura suya.

Tanto poder en manos de Gaytán Ochoa lo convirtió en secretario en los hechos, con el agravante de que, además, tenía un pie en la PGR (de donde fue funcionario) a través del ahora coronel Abigai Vargas, cesado, recientemente, de su puesto de jefe de espionaje de la SEIDO.

Sólo así se entienden episodios como la incursión en casa de Jorge Hank Rhon y la aprehensión del general Tomás Ángeles sin que el Presidente Calderón, el secretario Galván y la procurador Marisela Morales fueran enterados con anticipación.

El compromiso es que las cosas serán diferentes.

Juan Bustillos

Solo para Iniciados

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