La Barbie Superstar

México, 29 de noviembre (La Crónica).- Una de las consecuencias más claras del desprestigio de las autoridades policiales es la voz pública que suele dársele a los delincuentes.

Es el caso de Edgar Valdés Villarreal La Barbie, un narcotraficante sanguinario y sin escrúpulos que expandió su reinado de terror sobre Morelos y Guerrero.

El tipo, luego de ser detenido por la Policía Federal, vive recluido en un penal de máxima seguridad en espera de su extradición a Estados Unidos.

La Barbie acaba de lanzar una ponzoñosa carta que no deja títere con cabeza en la que denuncia presuntas conductas corruptas del secretario de Seguridad, Genaro García Luna, y de su equipo más cercano. Vamos, hasta de recibir dinero lo acusa.

Para quien conozca del tema, la narración de La Barbie no tiene asidero en la realidad y está plagada de mentiras, entre ellas una muy importante: la de su propia detención.

En La Razón se publicó, en su momento, el parte informativo de los oficiales que lo detuvieron en la carretera de Toluca y queda claro que no tenían idea de quién se trataba.

Es más, lo supieron cuando él mismo se los confesó.

No se disparó ni un tiro, porque nadie necesitó hacerlo, como ahora quiere aparentar Valdés Villarreal.

Los errores de estrategia se pagan, y caro.

Recordemos que desde ese momento, La Barbie se convirtió en una especie de celebridad, porque las propias autoridades policiales así lo quisieron, al permitir entrevistas televisivas y al divulgar imágenes de un narcotraficante altanero y seguro de sí mismo.

Hasta la camisa Polo que vestía se hizo célebre.

Se advirtió que semejante apuesta, sustentada en propaganda más que en procuración de justicia, no llevaría a nada bueno, pero en el entorno de García Luna no se destacaron por escuchar y atender las críticas.

Hoy pueden en la Secretaría de Seguridad lamentar el golpe, sin duda artero, que les están propinando al divulgar, sin el contexto adecuado, lo que afirma un narcotraficante, pero en el pecado está la penitencia.

El cuento de los supuestos pactos con los cárteles de las drogas no se sostiene, porque a quien coloca como interlocutor, el general Mario Arturo Acosta Chaparro, era un cartucho quemado y que además había estado preso en una prisión militar.

La narración de La Barbie recuerda mucho del periodismo ficción, aquel que se hizo célebre en la segunda mitad de los años noventa y que produjo piezas de fantasía, que habrían sido ridículas si no hubieran estado acompañadas de campañas de desprestigio impulsadas desde el propio poder.

El secretario García Luna y su equipo tendrán que enfrentarse a un rudo balance por su trabajo a cargo de la fuerza policial más importante del país, pero la crítica tiene que darse en su poca disposición en la protección de los derechos humanos —por la que ya fue citado al Senado—, el desastre de Tres Marías y en su predisposición para las puestas en escena, para las pantallas mediáticas, pero no por los dichos de un narcotraficante y menos si no son acompañados con pruebas.

Julián Andrade

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