
Ciudad de México, 14 de septiembre.– Aquellos viejos, muy viejos, jefes militares que conocí, recién desensillados del caballo, tenían un ayudante para, exclusivamente “aflojar” las botas. Ese calzado castrense que parecía hecho de pedazos de llanta, de una piel tan gruesa, de una construcción alrevesada de la forma del pie.