México, 22 de marzo.- ¿Por qué un homenaje tan deslucido? ¿Por qué tan pocos militares presentes, tan poca gente, en un evento que se supone de “honor” como el que le organizaron en el H. Colegio Militar? Además, en un tiempo tan complicado para la imagen pública del Ejército.
Mi general Antonio Riviello quiso morir con discreción. La que le caracterizó toda su vida. Esto no se traduce en la ausencia de reconocimiento, que vaya que le tuvieron, supongo que le deben seguir teniendo los que todavía viven, sus hombres.
¿Por qué sus hombres? Pocos jefes militares se preocuparon tanto por sus “soldados” como Riviello, por vocación, por conocimiento de la realidad militar, porque los quería y por eso, vaya excepción, le preocupaba que las botas reglamentarias fuesen cómodas.
Riviello Bazán, hay que recordarlo, eliminó del Ejército los “uniformes imperiales”, como les llamaba. Esos que los sastres muy conocidos, muy ambicionados por los jefes militares, les confeccionaban a gusto. Uniformes parejos para todos. Algo que a la distancia parece simple, del más elemental sentido común y que en su tiempo no lo fue.
Entre los invitados, tan pocos, a su “homenaje” estaban el general Enrique Cervantes Aguirre. Que absurdo por lo poco que se quisieron, por lo tensa que fue la relación cuando Cervantes lo sucedió. No así Guillermo Galván Galván que no ha aparecido en ningún evento público bajo el mando del general Cienfuegos.
Riviello Bazán fue titular de la Sedena. Un general de cuatro estrellas. Y la esquela de su sucesor, Cienfuegos, fue exacta a la publicó, en Tuiter, cuando murió días antes el general Absalón Castellanos Domínguez que debió tener un homenaje en el H. Colegio Militar porque éste sí fue su director.
Usos y costumbres que no lo son más. Falta de generosidad, para decirlo de una manera amable.
Si algo caracterizó a Riviello, que ya he hablado de él en mi libro “Mis Generales”, fue no meterse en política. Justamente cuando vivió la única declaración de guerra de los tiempos modernos, asunto militar que no se ha terminado.
El Ejército que encabezaba Riviello fue emplazado a una guerra, atacaron sus cuarteles, mataron a sus hombres. A un mayor número de hombres de los que se supo. Y le ordenaron, por razones políticas, replegarse, cesar el fuego, justamente en el momento en que según su enemigo (aquí la diferencia con lo que sucede con los enfrentamientos con presuntos criminales, su enemigo declarado, formal. Enemigo porque le declaró un guerra) iba perdiendo según escribió y declaró el propio Subcomandante Marcos.
Y se lo tragó. Y ordenó a sus hombres, algunos jefes militares con lágrimas en los ojos que yo vi, dejar de disparar.
La orden, insisto, tuvo razones políticas. Pero Riviello no se metió en política jamás. Ni siquiera cuando la confrontación con la PGR de entonces por Tlalixcoyan.
¿Se perdió la guerra? La guerra sigue presente. No se ha firmado la paz en Chiapas. Los muertos fueron sepultados en silencio, en un conveniente silencio político. Y Riviello demostró el valor supremo de la lealtad.
¿Se merecía otro homenaje Riviello? ¿Se merecía otros reconocimientos? Diría alguno que escogió un mal día para morir, en medio de un puente, cuando los políticos metieron en una guerra electoral al Ejército y ellos, políticamente, compraron un pleito que históricamente les va a hacer daño. Cuando el Presidente de la República todavía estaba en Mérida jugando golf, cuando había prisa del titular de la Sedena para irse a supervisar su nuevo juguete: la seguridad de Sinaloa donde, casualmente, se les había olvidado la cárcel.
Yo recuerdo, junto a doña Victoria, la hoy viuda de mi general Riviello, emocionadas, llorando a mares, el homenaje que recibió mi general Riviello, en el Campo Militar No. 1, el último día de su mandato. El desfile militar impresionante, la cantidad de jefes militares y sus familias presentes. Ese fue el más justo y conmovedor, auténtico homenaje a un general que yo recuerde.
Isabel Arvide
@isabelarvide
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