México, 2 de mayo.- Por mucho tiempo se dijo que el hijo pequeño de la exprocuradora Marisela Morales tenía paternidad militar, precisamente de un general en el ámbito más alto de la jerarquía de la Sedena el sexenio pasado. Lo cierto es que vivía, tema de excepción, en una instalación militar, en el pent-house de un edificio para jefes militares, vecina del general Moisés García Ochoa.
Y que en su oficina se movían los militares como en su casa, dando órdenes a los civiles.
Consentida, querida, privilegiada en su relación personal con los militares la señora Morales trasladó esta realidad al ámbito de lo profesional. Al menos eso es lo que afirma quien fuese su “segundo”, Cuitláhuac Salinas.
De hecho la acusación de quien fuese Subprocurador de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, sucesor directo de Marisela, es mucho más grave que un tema de favoritismo o sesión de poder a los militares. Porque dice Cuitláhuac que militares bajo el mando quién sabe de quién, por encima de su persona, armaron el caso contra el general Tomás Ángeles Dauahare.
Lo que tiene una gravedad terrible.
Textualmente el señor Cuitláhuac Salinas afirmó: “La investigación en su conjunto fue dirigida por personal del Ejército… mi conocimiento de la Secretaría de la Defensa Nacional es muy limitado… era evidente que esta investigación estaba carente de pruebas… no había manera de robustecer las imputaciones. Lo que hice del conocimiento desde el primer momento”
Formalmente la indagatoria contra Dauahare, que demostró ser la pifia más grande, que motivó aclaraciones y defensa del mismo titular de la Sedena, general Cienfuegos, estaba bajo el mando de un subordinado de Cuitláhuac Salinas, el abogado Gerardo Salazar Bolaños.
Este personaje mantuvo la secrecía de las razones de lo que ahora se conoce como un complot contra el general Tomás Ángeles Dauahare, que estuvo detenido once meses, ahora lo sabemos, sin prueba alguna en su contra.
¿Fue el general Guillermo Galván Galván quién ordenó la captura, el arraigo y posterior encarcelamiento del general Dauahare a Marisela Morales? Sería terrible para la institución.
El caso del general Gutiérrez Rebollo que, por cierto, recibe visitas periódicas del titular de la Sedena en su cuarto del Hospital Militar, lastimó enormidades a la institución militar.
Y sobre esa herida abierta vienen a caer las declaraciones, de un civil que no tienen conocimiento siquiera de las redes del poder militar o de sus protagonistas, del extitular de la SIEDO.
La utilización de la “LEY”, del aparato de aplicación de justicia, de la misma PGR para fines políticos es inmensamente inmoral. Doble pecado que hayan sido militares los que orquestaron una arbitrariedad tan enorme como detener a un jefe militar por razones ajenas a lo legal.
Que esto haya sido una conducta imputable al general Guillermo Galván es de cuento de horror. Con devastadoras consecuencias en el interior de la institución armada.
Ya había rumores. Pero en todo momento se divulgó, se hizo sentir en los mandos militares, que el tema Dauahare escapaba del control militar. Que Galván había sido un simple espectador. Esto pese a la rivalidad, enojo, o confrontación seria entre ambos generales que vendría desde antes de la llegada de Galván a Sedena y que creció al ser nombrado, por petición presidencial subsecretario.
A Tomás Ángeles se le adjudicó, así lo sintió siempre Galván Galván, la autoría del rumor sobre la salud deteriorada y su eminente renuncia a principios de sexenio.
Galván le habría probado, así se supo, así lo dijeron los protagonistas, al entonces Presidente Felipe Calderón que Dauahare había cometido una “traición”. En base a lo cual se le permitió a Galván que lo despidiese, después de la recomendación presidencial de cuidarlo porque había sido uno de los finalistas en el proceso de sucesión de ese sexenio.
Después vendrían las declaraciones contra la participación del Ejército en la guerra contra el crimen organizado, realizadas con afanes partidistas, en un evento de campaña presidencial de Peña Nieto, que tanto enfurecieron al entonces primer mandatario. Ese era un tema hasta cierto punto entendible, el “manotazo” presidencial, el enojo del comandante supremo de las fuerzas armadas… inmoral, inaceptable pero entendible en algunos ámbitos.
Que sentimientos personales del titular de la Sedena, guardados por mucho tiempo en algún cajón de su escritorio, hayan podido influir en una acción de inmensa vileza, fuera de la Ley, en contra de Dauahare sería gravísimo.
Esa es la puerta que dejan abierta las declaraciones de Cuitláhuac Salinas. Si fueron militares los que ordenaron, sin pruebas, sin nada en su contra como afirma, detener a un jefe militar, algo huele a podrido en ese tiempo, tan reciente. Cuyo tufo sigue inundando los pasillos de la Sedena…
Isabel Arvide
Estado Mayor

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