México, 12 de octubre (La Razón).- Fue a mediados de 2005 cuando el entonces secretario de la Defensa, Clemente Vega, lanzó una seria advertencia sobre Los Zetas y el poder criminal que representaban.
El general secretario estaba furioso por dos temas en particular: La absurda consigna, que imperaba en la PGR, para minimizar el problema y la negativa de aceptar que Los Zetas habían reclutado Kaibiles retirados o desertores del ejército de Guatemala.
Una parte de la historia reciente tiene que ver con esa predisposición a no ver las cosas y a creer que con ello se les conjura o evita.
Ahora me parece que sucede algo similar, al tratar de minimizar la importancia de Heriberto Lazcano en el panorama de la violencia en México.
Ello es injusto para la Marina y además implica un relativismo en el que todo deja de importar.
Aun reconociendo el desastre que imperó desde que se dejó de custodiar el cadáver y los verdaderos errores en materia de comunicación, hay que tener en cuenta que la salida del tablero de un jugador del tamaño de Lazcano sin duda incidirá en el futuro.
No se va a terminar con el narcotráfico, las extorsiones, la trata y la violencia persistirá, porque el nudo del problema es el mercado de las drogas, pero la propia historia del personaje indica que Los Zetas pueden entrar en una crisis que debiera ser aprovechada por las autoridades.
La muerte de Pablo Escobar y las detenciones de los hermanos Rodríguez Orejuela sí implicaron un cambio en el panorama colombiano en su momento. Hoy el cártel de Sinaloa y los propios Zetas son los protagonistas de un enfrentamiento descarnado que genera miedo y zozobra en la población.
Nadie negará que la captura de Joaquín El Chapo Guzmán Loera, si se logra, va a tener un impacto beneficioso para la política de seguridad y algo similar es lo que pasará con el propio Lazcano.
Pero la muerte del líder de Los Zetas abrió también una ventana por la que pudimos observar el verdadero desastre en el que se encuentran las áreas periciales, y de las carencias que ya enfrentan los estados ante una oleada de muertes que sin duda los rebasa.
Vamos, si no se hubieran robado el cadáver de la agencia funeraria de Sabinas es probable que nunca supiéramos que Lazcano fue abatido en un enfrentamiento con la Marina.
Hoy está más que claro que la mayoría de los homicidios ya no se investigan y que sólo se siguen los trámites legales más apremiantes.
No hay intervención ni de las contralorías ni de asuntos internos para cerciorarse de la debida actuación de los funcionarios, como sí ocurría en el pasado.
Las salvaguardas a la legalidad, no conviene olvidarlo, son las mejores garantías para obtener juicios justos.
A nadie le llaman la atención los muertos y los partes de guerra sobre bajas forman parte, por desgracia, de nuestra cotidianidad.
Esto también entraña riesgos y da cuenta del daño que ya generó la violencia.
Julian Andrade
Opinión
La Razón

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