El abuelo Pedro Joaquín, aquel joven que tomó el barco en el puerto de Beirut

México, 26 de septiembre.- El mar es sempiterno en Líbano, una constante de su paisaje.  Lo difícil es no mirarlo.  Un mar duro, gris, que se estrella contra las rocas en el puerto de Beirut.  Ese mar fue la última imagen que, como tantos otros expatriados, se llevó Pedro Joaquín.  Un muchacho de 16 años que se subió al barco de su destino, orillado por la violencia y el hambre. Los otomanes habían invadido su país, persiguiendo a los cristianos maronitas como él.  Asunto político más que de religión.

Era 1879.

Haciendo escalas donde apretadamente permitían que los pasajeros, de tercera, cuarta clase, estirasen las piernas en los muelles, llegó un mes después, junto con otros doscientos compatriotas, a Progreso, Yucatán.  Ahí se casó con una mujer igual de valiente, Rosa Ibarra.

Ese fue el principio.

De la zona maya de Yucatán, devastada por una guerra al final del siglo XIX, emigraron, una vez más, a una isla desconocida. Iban, libaneses, en busca de ese mar de su niñez. Habían tenido tres hijos, otros tres nacerían en Cozumel.

Nassim uno de ellos.

Don Nassim, el querido “Tatich”, que no llegó a presenciar la ceremonia, tanta gente, donde Carlos, su hijo protestó este domingo 25 de septiembre del 2016 como gobernador.  Nassim que, llegado su tiempo, fundó el imperio de Los Joaquín, significando su nombre con lo mejor de Quintana Roo.

El emprendedor, que así le llamó Pedro en la misa de cuerpo presente hace pocas semanas, que alojó a los primeros turistas de Quintana Roo,  tres recámaras y una cocinera en 1949, cuando el Estado no existía ni en los libros de texto.  El hombre visionario que soñó con subirse a un avión cuando vio, de niño, a Charles Lindbergh, el hombre siempre fiel a sus raíces, estuvo presente en el corazón de muchos.

Ese empresario emprendedor que impidió que ambiciones transnacionales destruyesen la belleza de Cozumel, estaba ahí, en primera fila.

¿Qué imaginó que habría al otro lado del mundo, en esas tierras donde se hablaban otras lenguas, el primero de los Joaquín? ¿Cómo venció lo desconocido, cómo puso su tienda, como le dio de comer a sus hijos con la sola fuerza de sus manos?

¿Cómo vislumbrar esta tierra de provisión, que crece al 4.8 por ciento mientras el país pierde el paso, hace cincuenta años, cuando Nassim Joaquín inauguró, previo permiso de don Margarito, el hotel Playa Azul, entonces de 20 cuartos?

Carlos Joaquín González es su hijo.  Un hijo amado, muy amado por Nassim.  Me consta, lo escuché muchas veces.  Un hijo que fue traicionado, me lo repitió a sabiendas de que eso, la traición, es lo imperdonable.

¿Quería Nassim que Carlos fuese gobernador?  Quería, quiso siempre que sus hijos, que sus nietos, fuesen hombres de bien.  Punto.  Y para él, ser hombre de bien fue, siempre, cumplir con tu obligación.

El nieto de aquel Pedro que tomó el barco desde Beirut, con el valor de todos nuestros abuelos, con el dolor compartido por perder su idioma, su paisaje, su comida, su mundo todo como lo había conocido, llega al Gobierno de Quintana Roo con una responsabilidad inmensa: La Esperanza.

Porque eso fue lo que despertó Carlos Joaquín: Esperanza.

Líbano es hoy un país que se levantó de sus propias cenizas.  Que ha construido prosperidad sobre los agujeros de bala de las guerras.  Un país donde se baila, se come, se canta, se vive con alegría.  Con una inmensa alegría por estar vivo.  Un país donde se camina libremente por sus calles, por sus malecones, por sus montañas, por sus plazas públicas.  Un país seguro donde la esperanza es norma.

Un país donde la tolerancia es norma.

Ese sueño que los abuelos guardaron en sus modestas mochilas cuando se subieron al barco, a ese barco que los trajo hasta nuestras costas para que sus apellidos se “castellanizaran” y sus zapatos se gastaran recorriendo calles desconocidas, ese sueño que siempre tuvieron guardado entre sus pensamientos más íntimos, es hoy una realidad en Líbano.

Ese sueño del abuelo Pedro, de ese hombre que vino de muy lejos “con una mano delante y otra atrás”, con su fuerza brutal alimentada por el miedo, de ese hombre que les enseñó a sus hijos lo mismo que Nassim a los suyos, a servir, está hoy en manos de Carlos Joaquín González en Quintana Roo.

La responsabilidad es inmensa.  Yo sé, como lo sabe Carlos, que Nassim confiaba, siempre confió en él…

Isabel Arvide

@isabelarvide

Estado Mayor MX

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