¿Cómo se vivió desde adentro del Ejército los sucesos de Tlatelolco aquel 2 de octubre de 1968? Han pasado 45 años y uno de los principales “sospechosos” de la masacre es el que fuera Jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, quien prácticamente fue “corrido” del Ejército. Desde el aire oficiales de la Fuerza Aérea también registraron algo inusitado aquel día. Ser estudiante y militar en esa época, pudo ser una condena, pero permitía enterarse que había generales que simpatizaban con el movimiento.
México, 2 de octubre.- Dos helicópteros de la Fuerza Aérea volaban a diario por todo el Distrito Federal desde los últimos días de septiembre, después de la toma por el Ejército de Ciudad Universitaria. El 2 de octubre de 1968 comenzaron su plan de vuelo desde temprano, ese día estaba programada una marcha por rumbo a Tlatelolco. Por la tarde cuando recorrían la zona de Coapa, los pilotos alcanzaron a leer unos letreros en las azoteas de varias casas con leyendas de apoyo al movimiento estudiantil. A bordo de ambas naves iban dos oficiales de la sección tercera del Estado Mayor, área encargada de las operaciones, quienes comenzaron a tomar fotografías de las mantas y pancartas. Por el rumbo de Tacubaya también proliferaban letreros en el techo de las viviendas, todas de apoyo al movimiento estudiantil.
Sus reportes iban directos a la oficina de la ayudantía del General Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional, y con su segundo de a bordo el General Mario Ballesteros Prieto, Jefe de Estado Mayor. Alrededor de las 17 horas las aeronaves sobrevolaron la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, a esa hora en tierra aún no llegaban los militares.
—El personal de tropa no sabía que iba a disparar. La tropa sólo iba a desalojar. Se sabía que el Estado Mayor Presidencial había solicitado a la Secretaría de la Defensa Nacional que los alumnos de las escuelas militares los llevaran al Estado Mayor Presidencial para integrarlos al Batallón Olimpia, la petición no fue del todo aceptada, dice uno de los pilotos que aceptó platicar la experiencia que tuvo hace 45 años a condición de no ser citado por su nombre.
—Nosotros sabíamos que el plan original con las tropas era empujar a los asistentes hacia la antigua prisión de Tlatelolco para desalojar la plaza, incluso se manejó que sería sin armas de fuego, recuerda. Cuando comenzó la acción, una vez que los estudiantes ya estaban en el lugar, y el mitin había comenzado, empezaba a oscurecer y perdíamos visibilidad por lo que solicitamos autorización para volver a la base. Ya nos retirábamos cuando vimos unas luces de bengala que salían del edificio de Relaciones Exteriores.
—Acaban de aparecer unas luces de bengala, reporté al Estado Mayor. La gente corría en grupos, parecía que estaban disparando. Vimos cómo la gente se agachaba. Dimos otra vuelta y tomamos los fusiles M-16 que llevábamos para cubrirnos por si nos disparaban. Fueron alrededor de 15 minutos lo que duró todo aquello.
Mientras tanto, en el tercer piso del edificio central de la Defensa, en la oficina del Jefe de Estado Mayor, el General Ballesteros estaba tranquilo.
—Nosotros reportamos que la luz solar se estaba agotando, y nos dieron la orden de regresar a la base.
Ya en tierra se enteraron que se había suscitado una balacera en Tlatelolco. Por los comentarios entre un restringido grupo de oficiales de la Fuerza Aérea, se sabía que el Ejército había sido atacado por francotiradores desde algunos de los edificios. Y todos los dedos apuntaban al Estado Mayor Presidencial.
Pocos días antes de la represión militar en Tlatelolco, en medio del desconcierto por el curso que tomaba el conflicto estudiantil, el General García Barragán convocó a un desayuno privado sólo para secretarios de estado. Era una mañana en que el Presidente Gustavo Díaz Ordaz se encontraba de visita en Guadalajara, la invitación era para que asistieran a la Quinta Galeana, la residencia oficial del Secretario de la Defensa dentro del campo militar.
El General Marcelino García Barragán acostumbraba usar una playera sin cuello encima del uniforme. Habían sido varias noches que por voluntad propia se acuarteló en su oficina, dormía en el suelo, como si recordara sus tiempos de soldado villista en la Revolución. Militares de alto rango que lo llegaron a ver, recuerdan que solía colocar un pequeño taburete de madera a manera de almohada. Era todo lo que necesitaba.
En aquel desayuno el Secretario de la Defensa lucía un rostro adusto, muy serio, de pie se dirigió a los invitados. Exigió lealtad al Presidente de la República ante los acontecimientos que sacudían a la Ciudad de México y que amenazaban con extenderse a otros puntos del país.
—Eran veladas las indirectas a Luis Echeverría, Secretario de Gobernación, quien se ponía colorado. Hablaba el General Marcelino de lealtad, y Echeverría se sonrojaba, dice un oficial de alto rango que le tocó presenciar aquel encuentro.
El Poblano operador del 2 de octubre
La ‘buena estrella’ que acompañó durante el sexenio del Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) al General Luis Gutiérrez Oropeza, Jefe del Estado Mayor Presidencial, comenzó a apagarse en los primeros días de diciembre de 1970, luego del traspaso de poderes y la asunción de Luis Echeverría como Presidente de la República.
Gutiérrez Oropeza era conocido como El Poblano, paisano de otro general que terminó mal el sexenio, el Jefe de Estado Mayor de la Defensa, el General Mario Ballesteros Prieto. Ambos viejos conocidos del tercer poblano, el ya ex presidente Díaz Ordaz. La sombra de Tlatelolco acompañó hasta el final de su vida a Gutiérrez Oropeza, era uno de los motivos por los que de manera literal, “fue obligado” a solicitar su retiro del Ejército.
En el inicio del sexenio de Echeverría, Gutiérrez Oropeza fue enviado al área de Industria Militar. No duró mucho, una serie de anónimos que comenzaron a correr en las instalaciones de la Secretaría de la Defensa, en los que se mofaban del grupo de generales, muchos de ellos con edad promedio de más de 70 años, que habían copado los cargos más importantes nombrados por el nuevo Secretario de la Defensa, el General Hermenegildo Cuenca, apuntaban a su oficina como origen. Aquel grupo de ancianos se les bautizó como “la momiza”. Pocos meses después, estaba volando a Portugal donde sería embajador.
Tiempo después regresó a México y, como estaba acostumbrado con Díaz Ordaz, mandó un mensaje al alto mando del Ejército de que quería estar como “agregado” en el Estado Mayor Presidencial que encabezaba el General Jesús Castañeda Gutiérrez. Entre los altos mandos se decía que era porque así “no lo iban a tocar”. Nadie lo molestaría. Pero el General Cuenca era duro, le traía ganas no sólo por lo de Tlatelolco, sino por lo de los anónimos. Buscó al Presidente Echeverría y le expuso la situación.
—Señor Presidente ¿a disposición un general que yo necesito para darle una comisión? Echeverría después contaría que pensó —Ni modo que dijera yo al general Cuenca que no— El General Gutiérrez Oropeza no hace nada, que se incorpore al Estado Mayor de la Defensa, ordenó.
Cuenca mandó que lo enviaran de comandante de la guarnición militar de Manzanillo, en Colima. Era un cambio drástico, de una embajada en Europa, a un cuartel en el pacífico mexicano. El Poblano se inconformó, no quería ir y no tardó en ser llamado a la oficina del General Cuenca. Ahí frente a frente, un par de ayudantes del secretario presenciaron esta escena entre los dos generales.
—Tiene usted tres opciones: cumplir con la orden, no cumplir, pero si no cumple por evidencia lo proceso, o pida su retiro. ¿Qué escoge?, le cuestionó Cuenca.
—Pues me retiro, dijo Gutiérrez Oropeza. Y se retiró del Ejército como beneral de brigada. Así terminó su carrera militar. Sus ascensos desde mayor a general de brigada, se los ganó al servicio de Díaz Ordaz, confabulando desde el Estado Mayor Presidencial. Sus intrigas lo llevaron a ordenar destruir documentación relacionada con el 2 de octubre. La captura por parte de las tropas de fusileros paracaidistas que entraron a la Plaza de las Tres Culturas, de por lo menos dos francotiradores que eran miembros del Estado Mayor Presidencial, a los que Gutiérrez Oropeza tuvo que salvar con una llamada al General García Barragán porque los iban a fusilar, era la evidencia de quién había estado detrás de la balacera.
La documentación de la “Operación Galeana”, donde aparecen las órdenes de operaciones y los mandos que encabezaron el despliegue de tropas, fueron el soporte para el testimonio que dejó “para la historia” el General García Barragán. Todo ese material fue entregado por su nieto Javier García Morales, asesinado a tiros el año pasado a las afueras de un restaurante en Guadalajara, al periodista Julio Scherer, con lo que armó su libro “Parte de Guerra. Tlatelolco 1968”. En esa obra, de nuevo los dedos apuntaron al General Gutiérrez Oropeza y a Luis Echeverría.
Ser estudiante y militar en 1968
La orden en el verano de 1968 era que todos los estudiantes de la Escuela Superior de Guerra (ESG), oficiales que cursaban Estado Mayor, deberían ir vestidos de civil. Era muy común que en los meses de agosto y septiembre, cuando se dio la toma de Ciudad Universitaria y el Casco de Santo Tomás por el Ejército, había personas que si veían a militares uniformados al pasar por Periférico en dirección a San Jerónimo, donde se encontraba la ESG, les aventaran canicas o piedras a los vehículos.
—Era difícil ver a los estudiantes que como uno, joven y desde el Ejército, tenía anhelos. Mucha gente dentro del Ejército simpatizaba con el movimiento, con los estudiantes. Hubo un General, Oscar Agustín Sánchez Suazo, que abiertamente apoyaba a los estudiantes. En 1968 estaba trabajando en el Departamento del Distrito Federal y fue a ver al General Marcelino García Barragán. Era licenciado en derecho, y además general, fue y estuvo explicándole al general secretario lo que implicaba para el país el movimiento. Al salir el General Marcelino se dirigió al General Ballesteros Prieto, Jefe de Estado Mayor de la Defensa, y le dijo: Éste estuvo a punto de convencerme, ya le dije que se aplaque.
Los estudiantes militares seguían con interés y preocupación el curso que empezó a tomar el movimiento. La proclamas y el despliegue de tropas en la ciudad para contener las protestas no eran usuales y ameritaba una explicación. —Nosotros comprendíamos el despliegue. Después del 2 de octubre se dijo que había sido una acción que nadie había querido, que había sido una acción donde había habido balazos, posiblemente de arriba hacia abajo, unos cuantos balazos, decían. Y a la tropa se le ordenó contestar, lo que era lógico, pero no pensaron que a los que estaban al mando en el terreno se les saldría de control. Resultó que hubo gente del Estado Mayor Presidencial infiltrada, se dijo que Oropeza infiltró 10 a 12 elementos que iban de civiles para que desde arriba de los edificios dispararan a los soldados—. Tiempo después se conocerían otros testimonios, dice este oficial ya retirado y quien en 1968 era estudiante de la Superior de Guerra. En ellos se corroboraba lo que desde entonces se sabía.
Juan Veledíaz
@velediaz424
Estado Mayor
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