Una guerra sin inteligencia

México, 15 de octubre (Excelsior).- La versión oficial sobre la muerte de Heriberto Lazcano y el robo de su cadáver, así como la aprobación de la legislación contra el lavado de dinero en el Senado a seis semanas del final del sexenio, ponen en evidencia una vez más los graves errores de origen y las grandes debilidades estructurales de la estrategia del gobierno de Felipe Calderón contra el narcotráfico. ¿Qué relación tienen estos dos hechos? Una muy simple: ambos confirman, rotunda y vergonzosamente, la equivocada concepción, la falta de planeación y la reiterada improvisación para enfrentar al crimen organizado. 

La historia de las últimas horas de Lazcano vivo, pero sobre todo la de sus primeras horas muerto, serían inverosímiles si no fuera porque aquí cualquier cosa puede pasar. Lo primero es el carácter azaroso de los hechos y la escandalosa ineficiencia de los servicios de inteligencia de un gobierno que hizo de la guerra contra las organizaciones de narcotraficantes su máxima prioridad. Resulta que uno de los dos criminales más buscados del país puede pasar una tarde de domingo disfrutando apaciblemente, en público, un partido de beisbol. ¿Nadie sabía que era él? Esto sí es absolutamente inverosímil. Lo que hay detrás —no puede haber otra cosa— es una poderosa red de complicidades y protección: autoridades y policías locales y municipales corrompidas o amedrentadas, como en tantos otros casos. Sin duda, uno de los flancos más vulnerables del sistema nacional de seguridad. Pero, ¿dónde quedan en esta trama las instituciones de inteligencia federales, con recursos financieros, humanos y materiales extraordinarios?

Lo peor, sin embargo, ocurrió después del enfrentamiento. Los cuerpos de dos criminales armados hasta con granadas, no podían ser los cuerpos de dos delincuentes comunes. Por ello, aun sin saber que se trataba del fundador de Los Zetas, era obligado tomar medidas serias de resguardo y seguridad. No fue así. Los procedimientos periciales y forenses parecieron suficientes a las autoridades para luego abandonar los cuerpos en los ahora mundialmente famosos Funerales García. Y lo más inaudito: cuando el presidente Calderón confirmó la versión oficial, el supuesto cuerpo de Lazcano, la única evidencia irrefutable y verosímil de su identidad, ya no estaba: había comenzado la patética historia de sus primeras horas muerto, bien aprovechadas por sus cómplices ante el pasmo de todo el aparato de seguridad del Estado. Esta trama vergonzosa coincide, al final del gobierno, con lo que debió marcar su inicio: los acuerdos, las normas y las herramientas necesarias para emprender una guerra inteligente, dirigida al corazón del crimen organizado: sus finanzas. Y es que, como está visto, una guerra sin inteligencia es una guerra tan costosa como inútil.

        *Socio consultor de Consultiva

Alberto Begné Guerra

Opinión

Excelsior

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