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¿Se calificó a sí mismo como “rata”?


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México, 25 de agosto.- Vivimos el sexenio de los dicharejos y las expresiones populares, hasta de los albures presidenciales. De eso no puede quedarnos duda, como tampoco de que el señor Ruiz Esparza se aferra con dientes y lugares comunes a su “permanencia”.

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Parte de que es político, por lo tanto el caso del socavón en la carretera de Cuernavaca no habrá de solucionarse con su “sacrificio”. Lo que, de entrada, debería ser suficiente para poner “off” y dejar de escuchar. No obstante esto, el todavía titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, se mejoró a sí mismo en su infinito desfase de la realidad, cuando asumió: “no es momento de abandonar el barco”.

Y uno, con ingenuidad, tuvimos que pensar en las ratas que abandonan los barcos… no había de otra asociación mental.

La primera pregunta, también inocente, es si Gerardo Ruiz Esparza habrá medido el daño que le hace a su amigo, a su íntimo amigo, Enrique Peña Nieto. Porque es obvio que ignora, que se aferra a ignorar el daño que le hace, que ha hecho al país.

¿Cómo unos kilómetros de carretera pueden costar cientos de millones de pesos? ¿Cómo esa supercarretera que iba a durar 40 años puede desbaratarse como si fuese de chocolate?

Sin hablar de los muertos, conste. Que es tema aparte.

¿De qué manera piensa Ruiz Esparza trasladar todo el costo, incluido el costo político, a las constructoras?

En su exposición frente a legisladores, lo que vimos fue un ejercicio de profundo, arraigado cinismo. Con capacidad de desalentar cualquier esperanza en el gobierno de la República.

Comparecencia que tuvo su mejor momento cuando los legisladores exhibieron las tres mochilas, exacto tres mochilas de diferente color, que Ruiz Esparza le hizo llegar a la familia Mena. Es decir, a los deudos de dos padres que quedaron sepultados en ese socavón por la corrupción y la desidia, la complicidad oficial.

A esa familia que sigue llorando a dos hombres, trabajadores humildes, que murieron de la manera más angustiosa a imaginar, después de estar sepultados por más de una hora en su modesto automóvil.

Víctimas en verdad.

A esa familia de dolientes a la que le aconsejó, siempre hablando de lado de los constructores, que “no se fueran a pleito” porque intentar cobrar una indemnización justa podía llevar muchos años, que mejor aceptasen el millón de pesos por muerto que les ofrecen.

Y las mochilas, por favor.

Han pasado las semanas y lo único que puede ofrecer Gerardo Ruiz, a su amigo el Primer Mandatario y a la sociedad, a esa familia enlutada, a los legisladores, a todos no es sino una expresión coloquial para afirmar que no va a renunciar, que no uno de esos que “abandonan el barco a media agua”.

¿Cuál barco? ¿Será el de la corrupción? ¿Será el de los contratos interesados que doblan su valor en automático? ¿Será el de su gran fortuna personal? ¿Será el del poderoso que suele golpear el escritorio e insultar a sus colaboradores?

Surgen dos preguntas sin respuesta: ¿qué defiende Ruiz Esparza frente a una realidad que hace mucho se le convirtió en un barco hundido en el fondo del océano? ¿Quién y por qué insiste, frente a todas las evidencias, de cara a ese barco hundido, en defenderlo? Eso, defenderlo, sí que es un inmenso sacrificio político… aunque el costo no se pague de inmediato.

Y eso que nos falta contabilizar la comparecencia de Graco Ramírez, gobernador de Morelos. Que dice que sí dijo, que sí avisó, que sí pidió que se retrasase la inauguración del Paso Express, que debería llamarse Paso de la Muerte…

 

Isabel Arvide

@isabelarvide

Estadomayor.mx

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